Las heridas dejan de doler cuando las reconoces, las aceptas, las comprendes y procesas el dolor.
Nunca podrás sanar tus heridas emocionales si no las miras y las aceptas. Para ello primero has de saber que existen y reconocerlas. Taparlas no lo soluciona. Si las tapas se puedan llegar a infectar aún más y acabar manifestándose físicamente, con enfermedades y dolor. El cuerpo habla y se expresa físicamente todo aquello que callamos y se nos enquista en el alma.
Muchas personas son conscientes de que arrastran traumas de su niñez, adolescencias o de su vida adulta. Pero muchas veces no saben como se han originado. Incluso a veces pueden ignorar lo que les ocurre.
La Historia de Javier. La rabia contenida
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Javier era un buen hombre y un buen padre. Amable, cariñoso y trabajador. Pero dentro de Javier había un monstruo que a veces hacía su aparición, sin que Javier fuera consciente de que anidaba en su alma.
Curiosamente cada vez que algo le salía mal, el error cometido le martilleaba en las sienes y la rabia se desataba dentro de él como un vendaval, que todo lo arrasaba sin ningún tipo de miramientos.
No soportaba los fallos. No soportaba los errores. No soportaba las equivocaciones.
¿Por qué crees que Javier reaccionaba de esta forma ante algo que era lo más normal de mundo: Como es Equivocarse?
El Relato de Javier: La Rabia contenida
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A Javier le encantaba ir a pescar con su padre, todos los vernos cuando pasaban sus vacaciones en la casita cerca del lago.
Pasaba el año esperando que llegara ese maravilloso momento y cuando llegaba la familia hacia los preparativos para pasar las deseadas vacaciones en aquel paradisiaco lugar.
Y llego el verano y con él las esperadas vacaciones.
Aquella mañana de agosto Javier brincaba de alegría preparando los utensilios de pesca.
Salieron en una pequeña barquita los dos juntos, padre e hijo y cuando estuvieron alejados de tierra,
el padre lanzo la caña con la ilusión de pecar un gran pez. Javier lo miraba con los ojos muy abiertos esperando a que sucediera la magia.
Permanecieron un rato en total calma y por fin vieron como algo tiraba de la caña y del hilo con fuerza. El padre actúo rápidamente y al cabo de unos instantes un gran pez apareció ante los ilusionados ojos.
Aquel día tuvieron mucha suerte y volvieron con el cubo de pescar lleno hasta el borde de relucientes peces. El padre estaba eufórico y le dijo:
-Hoy vamos a comer pescado. Delicioso pescado y lo vas a preparar tú mientras tu madre y yo vamos a buscar algunas frutas a la huerta del vecino. Ya sabes que José tiene un huerto de frutales y cultiva deliciosas fruta. Hoy vamos a comer una exquisita comida.
El verano anterior Los padres de Javier lo habían enseñado a preparar un delicioso plato de pescado que era tradición en la familia. Así que esta sería la primera vez que Javier iba a lucirse como cocinero familiar.
Y así fue, los padre marcharon a buscar el postre, mientras el chico empezó a preparar el fuego y la sartén donde iba a cocinar la exquisita comida.
Todo marchaba bien hasta que de repente una chispa saltó de la sartén y prendió en uno de los trapos de cocina. Hacía tanto calor que a Javier a penas le dio tiempo a echarle un vaso de agua en un intento desesperado de evitar lo inevitable. Pero el fuego corrió como una tea y Javier ya se veía incapaz de sofocarlo. Con lágrimas en los ojos salió fuera de la casa y contemplo como se quemaba hasta la última de sus maderas.
Se sentía culpable y responsable de lo sucedido y al mismo tiempo la rabia le ardía dentro del pecho porque solo él era el culpable de aquel terrible error y no había podido hacer nada. Sintió la impotencia al mismo tiempo que la rabia le atenazaba el corazón y la garganta. Habían confiado en él y él no era digno de esa confianza. Aquel fue el fatídico día en que a Javier se le cuarteó el alma.
Cuando regresaron alarmados por el fuego que había visto desde lejos y tras comprobar que Javier estaba bien, empezaron las lamentaciones y los sollozos de la madre. El padre no dijo nada. Pero Javier creyó ver la decepción mayor que había visto en su vida, reflejadas en sus pupilas.
Pasaron los años y Javier ahora es un hombre casado con una esposa y dos .hijos maravillosos. Pero algo enturbia esa felicidad. No soporta los errores. Exige el cuidado y la perfección a toda costa y siempre recrimina cuando alguien comete en casa un error. Es entonces cuando se desata la fiera que lleva dentro. No soporta los fallos, pero hay algo más y es el control que ejerce sobre todos los miembros de su familia, para que jamás se atrevan a equivocarse. Javier no es feliz y su familia tampoco lo es. Podrían ser muy felices. Lo tienen toda para serlo. Pero en su hogar además de Javier y su bella familia habita el monstruo de la rabia contenida.
Nunca podrás sanar tus heridas emocionales si no las miras y las aceptas. Para ello primero has de saber que existen y reconocerlas. Taparlas no lo soluciona. Si las tapas se puedan llegar a infectar aún más y acabar manifestándose físicamente, con enfermedades y dolor. El cuerpo habla y se expresa físicamente todo aquello que callamos y se nos enquista en el alma.
Muchas personas son conscientes de que arrastran traumas de su niñez, adolescencias o de su vida adulta. Pero muchas veces no saben como se han originado. Incluso a veces pueden ignorar lo que les ocurre.
La Historia de Javier. La rabia contenida
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Javier era un buen hombre y un buen padre. Amable, cariñoso y trabajador. Pero dentro de Javier había un monstruo que a veces hacía su aparición, sin que Javier fuera consciente de que anidaba en su alma.
Curiosamente cada vez que algo le salía mal, el error cometido le martilleaba en las sienes y la rabia se desataba dentro de él como un vendaval, que todo lo arrasaba sin ningún tipo de miramientos.
No soportaba los fallos. No soportaba los errores. No soportaba las equivocaciones.
¿Por qué crees que Javier reaccionaba de esta forma ante algo que era lo más normal de mundo: Como es Equivocarse?
El Relato de Javier: La Rabia contenida
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A Javier le encantaba ir a pescar con su padre, todos los vernos cuando pasaban sus vacaciones en la casita cerca del lago.
Pasaba el año esperando que llegara ese maravilloso momento y cuando llegaba la familia hacia los preparativos para pasar las deseadas vacaciones en aquel paradisiaco lugar.
Y llego el verano y con él las esperadas vacaciones.
Aquella mañana de agosto Javier brincaba de alegría preparando los utensilios de pesca.
Salieron en una pequeña barquita los dos juntos, padre e hijo y cuando estuvieron alejados de tierra,
el padre lanzo la caña con la ilusión de pecar un gran pez. Javier lo miraba con los ojos muy abiertos esperando a que sucediera la magia.
Permanecieron un rato en total calma y por fin vieron como algo tiraba de la caña y del hilo con fuerza. El padre actúo rápidamente y al cabo de unos instantes un gran pez apareció ante los ilusionados ojos.
Aquel día tuvieron mucha suerte y volvieron con el cubo de pescar lleno hasta el borde de relucientes peces. El padre estaba eufórico y le dijo:
-Hoy vamos a comer pescado. Delicioso pescado y lo vas a preparar tú mientras tu madre y yo vamos a buscar algunas frutas a la huerta del vecino. Ya sabes que José tiene un huerto de frutales y cultiva deliciosas fruta. Hoy vamos a comer una exquisita comida.
El verano anterior Los padres de Javier lo habían enseñado a preparar un delicioso plato de pescado que era tradición en la familia. Así que esta sería la primera vez que Javier iba a lucirse como cocinero familiar.
Y así fue, los padre marcharon a buscar el postre, mientras el chico empezó a preparar el fuego y la sartén donde iba a cocinar la exquisita comida.
Todo marchaba bien hasta que de repente una chispa saltó de la sartén y prendió en uno de los trapos de cocina. Hacía tanto calor que a Javier a penas le dio tiempo a echarle un vaso de agua en un intento desesperado de evitar lo inevitable. Pero el fuego corrió como una tea y Javier ya se veía incapaz de sofocarlo. Con lágrimas en los ojos salió fuera de la casa y contemplo como se quemaba hasta la última de sus maderas.
Se sentía culpable y responsable de lo sucedido y al mismo tiempo la rabia le ardía dentro del pecho porque solo él era el culpable de aquel terrible error y no había podido hacer nada. Sintió la impotencia al mismo tiempo que la rabia le atenazaba el corazón y la garganta. Habían confiado en él y él no era digno de esa confianza. Aquel fue el fatídico día en que a Javier se le cuarteó el alma.
Cuando regresaron alarmados por el fuego que había visto desde lejos y tras comprobar que Javier estaba bien, empezaron las lamentaciones y los sollozos de la madre. El padre no dijo nada. Pero Javier creyó ver la decepción mayor que había visto en su vida, reflejadas en sus pupilas.
Pasaron los años y Javier ahora es un hombre casado con una esposa y dos .hijos maravillosos. Pero algo enturbia esa felicidad. No soporta los errores. Exige el cuidado y la perfección a toda costa y siempre recrimina cuando alguien comete en casa un error. Es entonces cuando se desata la fiera que lleva dentro. No soporta los fallos, pero hay algo más y es el control que ejerce sobre todos los miembros de su familia, para que jamás se atrevan a equivocarse. Javier no es feliz y su familia tampoco lo es. Podrían ser muy felices. Lo tienen toda para serlo. Pero en su hogar además de Javier y su bella familia habita el monstruo de la rabia contenida.

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